martes, 11 de marzo de 2014

SEGURIDAD PRIVADA Operan sin control 80% de las diez mil empresas que en México ofrecen los servicios de seguridad privada En México hay unas 10 mil empresas que ofrecen servicio de seguridad privada; de ellas, 80% no están reguladas por las corporaciones policiacas, asegura Alberto Rivera, presidente de la Asociación Mexicana de Seguridad Privada, Información, Rastreo e Inteligencia

En México hay unas 10 mil empresas que ofrecen servicio de seguridad privada; de ellas, 80% no están reguladas por las corporaciones policiacas, asegura Alberto Rivera, presidente de la Asociación Mexicana de Seguridad Privada, Información, Rastreo e Inteligencia Aplicada. Zeta tres, K25 o R10. No, no estamos hablando de poderosos narcotraficantes. Se trata simplemente de algunas claves que utilizan guardias de seguridad privada para decir: “Todo bien”, “entrada de vehículos…” o cualquier otro aviso que voy repasando mientras “cuido” la salida de estudiantes y empleados en una universidad privada de la zona Centro del Distrito Federal. Mi breve historia como guardia de seguridad comenzó dos días atrás, cuando caminaba por avenida Tlalpan y me acerqué a mirar unas mantas que en letras grandes decían: “Se solicitan guardias de seguridad”. Bastó aquel merodeo para que tres reclutadores me abordaran con la idea de contratarme. —No tengo ninguna experiencia —les dije. —No importa —respondieron sin dudar. Llené una solicitud, con tachaduras y correcciones porque no me decidía entre escribir verdades o medias verdades, pero el reclutador no reparó en eso. Me citó más tarde en las oficinas de la empresa llamada Servicios Especializados en Seguridad Privada Sepsisa, S.A. de C.V., ubicada en la colonia San Rafael, para hacer los exámenes psicométricos y llevar mis documentos: acta de nacimiento, comprobante de estudios (secundaria basta), comprobante de domicilio y copia de la credencial de elector, que no cotejaron con la original. En el lugar apenas había unos seis o siete cubículos de tablaroca elevados a metro y medio, como caballerizas, tres o cuatro computadoras, una impresora compartida por todos y que era administrada celosamente por un empleado, y cajas de archivo, como si estuvieran preparados para salir en cualquier momento. Al fondo había unos 40 pupitres naranja, la mayoría de ellos ocupados por personas que llenaban solicitudes y respondían exámenes psicométricos. Eran casi las cinco de la tarde cuando un vecino de banca me advirtió que él estaba ahí desde las 11:00 de la mañana. Cuando llegó mi turno, me sometieron a una entrevista que no superó los 10 minutos, donde la pregunta más insidiosa vino después de reconocer que bebía ocasionalmente: “¿Eres de las que se va de fiesta y se desvela y no llega a trabajar?” La entrevistadora, quien me contó que realizaba unas 25 contrataciones al día y rechazaba a dos o tres, creyó en mi simple “no”. El contrato indicaba que trabajaría 48 horas a la semana —tope máximo en la Ley Federal del Trabajo—, aunque en la entrevista me advirtieron que serían jornadas de 12 horas diarias seis días a la semana, o sea, 72 horas semanales, 24 más de las establecidas por ley y que, además, no se pagaban horas extras. Junto al contrato venía un consentimiento para que me realizaran un estudio socioeconómico, una hoja para marcar mis huellas dactilares y un pagaré en blanco, dijeron que para asegurarse de que me haría responsable del uniforme. Cuando pedí que estipularan una cantidad para no dejarlo en blanco, respondieron que no sería justo para mí hacerme pagar por todo el pagaré si sólo estropeaba la corbata, y que de esa forma sólo pondrían la cantidad que correspondiera. Entre los demás documentos que debía firmar si quería ser contratada estaba la renuncia —sin fecha— y una hoja en blanco que, aseguraron, sería para registrarme ante la Secretaría de Seguridad Pública del DF. Aunque después los compañeros más veteranos me explicaron que esa era mi “confesión” firmada, por si se desaparecía algo del lugar que me asignaran cuidar, para hacerme responsable. Así, el proceso de reclutamiento y contratación duró unas seis horas, pero finalmente ya era guardia de seguridad y percibiría 5 mil 200 pesos al mes, aunque el Seguro Social me lo darían una vez sobrevivida la primera quincena, ya que a decir de la reclutadora, “nos cuesta mucho dinero inscribirlos y muchos luego, luego, se nos van”. Además, no se me pagarían parcialidades de quincena, es decir, si trabajaba 10 días y me iba cinco días antes de la quincena, no tendría derecho a cobrar nada. Bajo estas condiciones había medio centenar de personas buscando ser contratadas, por salarios que iban de 4 mil a 6 mil pesos, dependiendo del lugar de trabajo. Cuando llegué a la universidad donde trabajaría, vestía un uniforme tres tallas más grande que la mía. Pregunté: “¿Aquí me darán la capacitación?” Sólo hubo silencio. La “capacitación” consistió en una plática de 10 ó 15 minutos, en la que me explicaron que el trabajo se basaba en inhibir, por el mero hecho de pararme y estar visible, cualquier situación fuera del reglamento: robos, ingreso de extraños a las instalaciones y, principalmente, “fajes”, porque “las parejitas buscan lugares escondidos y fuera de cámaras para hacer sus cosas. A más de uno lo hemos agarrado con las manos en la masa y los pantalones en el piso”, me dijo uno de los guardias veteranos. En México existen unas 10 mil empresas dedicadas a la industria de la seguridad, de ellas 80% no está regulada por las corporaciones policiacas que corresponden, explica Alberto Rivera, presidente de la Asociación Mexicana de Seguridad Privada, Información, Rastreo e Inteligencia Aplicada (Amsiria). Así, sin capacitación, con uniformes que les cobrarán a precio de oro si algo les pasa, y con jornadas extenuantes de 72 horas a la semana, por un salario de entre 4 mil y 6 mil pesos al mes, trabajan unos 500 mil guardias de seguridad en el país, según la estimación de Amsiria. Esta cifra es la suma de los 211 mil efectivos militares que hay, de acuerdo con información de la Defensa Nacional; los 135 mil 555 policías municipales que registra el Inegi, y los 110 mil policías federales con los que contará el país para cuando acabe el sexenio, según el anuncio de Manuel Mondragón y Kalb, comisionado nacional de Seguridad. Estamos hablando de un mercado al alza, pues dentro de la industria millonaria de la seguridad privada, seis de cada 10 pesos provienen de los servicios de guardias. “Es el músculo de estas empresas”, afirma Rivera. Sin embargo, para mantener la rentabilidad del servicio, muchas de las empresas sacrifican la capacitación de sus guardias. “Les es más redituable así, porque omiten una serie de costos. No van por la derecha, y las que están fuera de la norma aprovechan su situación para ampliar sus márgenes de ganancia a costa de la poca o nula capacitación”, explica. Salvador López, socio fundador de la Asociación Mexicana de Empresas de Seguridad Privada (AMESP), confirma esta tendencia al alza en el mercado, el cual ha registrado un crecimiento sostenido de entre 8 por ciento y 10 por ciento cada año, y que atrae cada vez a más empresas. “Todos los años ha aumentado el mercado, porque la seguridad en el país no mejora y eso da pie a que más empresas quieran entrar el negocio, pero no lo hacen de manera regulada. Se aprovechan del problema del país para entrar”, comenta. Dada la inseguridad en el país, la iniciativa privada tiene que autoprotegerse. Nosotros [empresas de seguridad] venimos a cubrir ese hoyo negro que impera en México, dada la incapacidad de cumplir con esa base constitucional de ofrecer seguridad y protección a la comunidad”, señala Rivera.

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